miércoles, 6 de junio de 2012

¿En qué nos parecemos a un bongó?


El bongó (o bien, bongós, bongoes o bongoses) es un instrumento que no va mucho más allá de lo que podemos ver. Son dos módulos uno más agudo y otro más grave generalmente a distancia de cuarta o quinta; o sea, para aquellos que sean desconocedores de lenguajes musicales tan técnicos que suena Tim-Tom

Tiene sus origenes en la música afrocubana, así que podríamos decir que no siempre estuvo con nosotros. De hecho, hasta que Karlheinz Stockhasen lo usara en su Kreuzspiel (1951) ningún otro compositor con un poco de orgullo se habría atrevido a usarlo.

La aparición del bongó en Kreuzspiel no es anecdótica, ni mucho menos. Sirviéndose de su bisonoridad realiza la base rítmica y/o lógica que organizará los diferentes parámetros serializados en los cuales se basa la obra (es una obra serial). Escuchando la obra lo podemos reconocer al fondo de forma omnipresente, recordándonos al tic-tac de un reloj.

                                        

Y después de Stockhausen vendrían otros. Pero no sólo sería importante en la composición, también ocuparía un importante lugar en las estantes de los fondos instrumentales de las aulas de educación musical de nuestros colegios. Y, vamos a ser sinceros, es difícil entender por qué. 

No intento enarbolar o defender una bongofobia que promueva la erradicación global del instrumento, sino que creo que sus cualidades son ordinarias. En las culturas del mundo existen cientos de instrumentos que podrían haber ocupado el privilegiado lugar de éste.

¿Entonces, qué es lo que hizo que un instrumento tan simple y primitivo se abriera paso hasta nuestro sistema educativo, y entrara a ser la base lógica de las más complejas catedrales sonoras como es  Kreuzspiel? 

Pues quizá pudo ser la empatía de sentirnos también igualmente simples y primitivos. Como especie animal nos podemos esconder detrás de sofisticadas orquestas y de propuestas artísticas complejas, ¿pero eso es en realidad lo que nos satisface? ¿O seguimos escuchando dentro de nuestras cabezas danzas neolíticas de la lluvia? Si le diéramos a un niño la opción de escoger entre un violín y un bongó, lo tendría bastante claro (si escoge el violín ya nos pueden coger confesados).

Esto que comento es aplicable a cualquier idiófono o membranófono primitivo, o sea, aquellos instrumentos que producen sonido por golpeo (tristemente, nada más humano). Lo que insinúa en cierta forma que Stockhausen podría haber usado cualquier otro, pero este le proporcionaba una cualidad que en otros no encontraba, la dualidad (para que vas a tener uno cuando puedes tener dos). De esta manera el Tim-Tom del sonido del bongó se convierte en patrón estructural de la pieza. Tim-Tom que parece hacer a Stockhausen partícipe de la concepción del ser humano que se gesta a través del siglo XX, una concepción dual. Donde Ludwig Wittgenstein estructura un hombre dividido en "el ser" y "el pensar", y donde Jean-Paul Sartre ordena una existencia dividida en "el ser" y "la nada"; una composición lógica humana booliana diferenciada en 0's y 1's donde somos cuerpo-alma, ganadores-vencedores, triunfadores-perdedores, o masculino-femenino. Al igual que los verdaderos dueños de este instrumento, los músicos cubanos, llaman a cada uno de sus módulos macho (grave) y hembra (agudo).